A Santa Marta
En una refinada casa de Betania
Marta era una muchacha obediente
Que siempre ayudaba diligente
Con sus afables hermanos María,
Y Lázaro, un acogedor hogar
Hacían tan alegre como bueno.
Mientras la muchacha se afanaba
En limpiar, su talle tan bonito
Como decente se cimbreaba barriendo
Y María cuidadosa, cocinaba sonriendo
También sería para algún hambriento
Que por su casa extenuado pasara.
Entonces el manso Lázaro enferma
La muchacha asustada pero confiada
Junta con fe sus manos blancas
Y sus labios castos y sonrosados
Pronuncian susurrando las piadosas
Y ardientes fervorosas plegarias.
Sin embargo, era María silenciosa
Quien a todas horas incansable oraba
Mientras Marta ya en casa trabajaba.
Cuando su buen amigo Jesús llegó,
En el lecho su querido Lázaro expiró
Mas viéndolas tan ardorosas devotas
La orante dama y la gentil muchacha
Que el mayor inaudito milagro ocurrió
Y siempre el gozo máximo de las dos
Fue con fe y sacrificio pregonar al Señor
En lo que eran los modelos mejor.
Y desde entonces honran y engalanan
A Santa Marta, amiga y devota de Jesús, la
Santa
Iglesia y
fieles como este pueblo en perpetuidad las aman.
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